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Miércoles de la XXII Semana del Tiempo Ordinario

  • Categoría de la entrada:Lecturas de la Misa
  • Tiempo de lectura:4 minutos de lectura

Tiempo Ordinario ~ Ciclo A ~ Año Impar

Primera lectura

Col 1,1-8: El mensaje de la verdad ha llegado a vosotros y al mundo entero.

Pablo, apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y el hermano Timoteo al pueblo santo que vive en Colosas, de hermanos fieles a Cristo.
Os deseamos la gracia y la paz de Dios nuestro Padre.
En nuestras oraciones damos siempre gracias por vosotros a Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo, desde que nos enteramos de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todo el pueblo santo.
Os anima a esto la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en los cielos, que ya conocisteis cuando llegó hasta vosotros por primera vez la Buena Noticia, el mensaje de la verdad.
Esta se sigue propagando y dando fruto en el mundo entero, como ha ocurrido entre vosotros desde el día en que lo escuchasteis y comprendisteis de verdad lo generoso que es Dios.
Fue Epafra quien os lo enseñó, nuestro querido compañero de servicio, auxiliar fiel que Cristo nos ha dado.
El ahora nos ha hecho ver el profundo amor que sentís por nosotros.

Salmo responsorial

Sal 51,10.11: Confío en tu misericordia, Señor, por siempre jamás.

Pero yo, como verde olivo,
en la casa de Dios,
confío en la misericordia de Dios,
por siempre jamás.

Te daré siempre gracias
porque has actuado;
proclamaré delante de tus fieles:
«Tu nombre es bueno».

Evangelio

Lc 4,38-44: También a los otros pueblos tengo que anunciarles el Reino de Dios, para eso me han enviado.

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en la casa de Simón.
La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le rogaron por ella.
Él, inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose enseguida, se puso a servirles.
Al ponerse el sol, todos cuantos tenían enfermos con diversas dolencias se los llevaban, y él, imponiendo las manos sobre cada uno, los iba curando.
De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban y decían:
«Tú eres el Hijo de Dios».
Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.
Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar desierto.
La gente lo andaba buscando y, llegando donde estaba, intentaban retenerlo para que no se separara de ellos.
Pero él les dijo:
«Es necesario que proclame el reino de Dios también a las otras ciudades, pues para esto he sido enviado».
Y predicaba en las sinagogas de Judea.