La celebración de la Pascua se continúa durante el Tiempo Pascual. Los cincuenta días que van desde el Domingo de Resurrección al Domingo de Pentecostés se celebran con alegría, como un sólo día festivo, más aún, como el “gran Domingo”.
Los domingos de este tiempo han de ser considerados y llamados “domingos de pascua” y tienen precedencia sobre cualquier fiesta del Señor y cualquier solemnidad. Las solemnidades que coincidan con estos domingos, han de anticiparse al sábado precedente. Aunque los domingos no tienen nombre propio –salvo el domingo de la Octava o domingo II de Pascua, que es el de la “divina misericordia”- cada uno de ellos profundiza un aspecto de este misterio central de nuestra fe a través de las lecturas, muy en especialmente el evangelio de San Juan y también las cartas católicas y el Apocalipsis. Así, la panorámica de estos domingos sería la siguiente:
- Domingo II o “de la divina misericordia” y domingo III. Las apariciones de Jesús: presencia del resucitado entre los suyos.
- Domingo IV. Jesús como buen pastor que da la vida por las ovejas.
- Domingo V y domingo VI. Fragmentos del discurso de la Última Cena: la llamada al amor, vivir como resucitados.
El Domingo VII de Pascua se celebra la Ascensión del Señor, trasladada del jueves anterior: unida la promesa del Espíritu, se inaugura un nuevo modo de presencia del Resucitado en medio de los suyos. Cristo “no se ha ido para desentenderse de este mundo”, sino que estará presente con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo y, a la vez, nos abre un camino, el del cielo, hacia el que tenemos que transitar por medio de nuestra peregrinación por este mundo.
El domingo siguiente es Pentecostés, la culminación de este tiempo con el sello que es el don del Espíritu Santo, que pone en marcha a la Iglesia. Se concluye este sagrado período de los cincuenta días con la conmemoración de la donación del Espíritu Santo derramado sobre los Apóstoles, del comienzo de la Iglesia y del inicio de su misión a todos los pueblos, razas y naciones. Se recomienda la celebración prolongada de la Misa de la Vigilia de Pentecostés, que no tiene un carácter bautismal como la Vigila Pascual, sino más bien de oración intensa, según el ejemplo de los Apóstoles y discípulos, los cuales perseveraban unánimes en la plegaria junto con María, la Madre de Jesús, esperando el don del Espíritu Santo .
Los sacramentos y la pascua. Para los adultos que han recibido la iniciación cristiana durante la Vigilia Pascual, este tiempo ha de considerarse como un tiempo de “mistagogia”, es decir, de iniciación en la vida cristiana. En todas partes además, aunque no haya neófitos –es decir, adultos recién bautizados-, durante la octava de Pascua, hágase memoria en la plegaria eucarística de los que han recibido el Bautismo en la Vigilia Pascual en toda la Iglesia.
Es muy conveniente que los niños reciban su Primera Comunión en estos domingos pascuales.
Se encarece que durante el período pascual y especialmente durante la semana de Pascua, se lleve la comunión a los enfermos.
Los signos de la Pascua
Durante este tiempo que prolonga la alegría de la resurrección hay algunos signos que nos ayudan a vivirlo mejor. Recordemos algunos de los principales.
El Cirio Pascual. El cirio se enciende en la noche de la Vigilia Pascual del fuego nuevo bendecido al inicio de la celebración. Su luz representa a Cristo resucitado, que con su luz ilumina y disipa nuestras tinieblas. El cirio, colocado en el presbiterio y adornado convenientemente, se encenderá en todas las celebraciones de la cincuentena pascual, hasta el domingo de Pentecostés inclusive. Luego se llevará al baptisterio, y se encenderá en la celebración del sacramento del bautismo, porque ese sacramento nos une a la muerte y resurrección de Cristo, y también en los funerales, donde pedimos que nuestros hermanos difuntos, que han experimentado físicamente la muerte, puedan unirse también a la resurrección del Señor.
El aleluya. Esta aclamación, que la liturgia ha mantenido en lengua hebrea, y que se podría traducir como “¡alabad al Señor!” se canta durante todo el año litúrgico salvo en cuaresma, pero es en el tiempo pascual donde encuentra su lugar más adecuado. Tras haber estado toda la cuaresma sin cantarlo, como signo de preparación, la asamblea de la Vigilia Pascual prorrumpe con júbilo cantando el aleluya antes del evangelio que anuncia la resurrección. En la Vigilia, en día de pascua y hasta el día de la octava –también en el día de pentecostés- la despedida del pueblo se concluye con un doble aleluya. Las respuestas de los salmos se pueden sustituir también por esa aclamación durante el tiempo pascual. El aleluya inunda la liturgia por doquier en este tiempo, porque la Iglesia está feliz de poder participar en la pascua de su Señor.
La aspersión. Todos los domingos son un eco del domingo de resurrección. El domingo es la pascua semanal. Por eso siempre se puede hacer en domingo la memoria del bautismo por medio de la aspersión del agua bendita. Tanto más en los domingos de pascua. Esta aspersión sustituye al acto penitencial de la misa.
Cantos. La liturgia nos enseña el criterio de “solemnidad progresiva”, por el que aprendemos que no siempre hay que cantarlo todo ni que todos los cantos tienen la misma importancia en la celebración. Seleccionar bien los cantos, especialmente los del “ordinario de la misa” –Señor, ten piedad, Gloria, Santo, Cordero de Dios- y eligiendo los cantos más adecuados para los demás momentos, como la entrada y la comunión, y establecer criterios para las distintas celebraciones nos ayuda a vivirlas mejor. No es lo mismo una misa en una feria de cuaresma que en un domingo de Pascua. En Pascua, ciertamente, deberíamos cantarlo todo, porque el culmen del año litúrgico.
Signos de fiesta. Flores, iluminación, festiva, ornamentación especial de la iglesia, los mejores ornamentos blancos para el sacerdote y el diácono, uso del incienso… Pequeños signos que contribuyen a expresar la exultación de la Iglesia por la resurrección del Señor. Hay que cuidarlos especialmente, para que se note la importancia y la solemnidad de este tiempo.
Vivir la Pascua
Celebrar la Pascua supone unirse sacramentalmente a Cristo muerto y resucitado. Supone por tanto revitalizar la fuerza de nuevo bautismo, inicio de una vida nueva. ¿Cómo vive un cristiano? ¿Cómo es esa vida nueva? Vive de la Pascua, tanto en la Iglesia como en el mundo. En ese sentido, leer el capítulo 3 de la carta a los Colosenses es iluminador:
“si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él. En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. Esto es lo que atrae la ira de Dios sobre los rebeldes. Entre ellos andabais también vosotros, cuando vivíais de esa manera; ahora en cambio, deshaceos también vosotros de todo eso: ira, coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca! ¡No os mintáis unos a otros!: os habéis despojado del hombre viejo, con sus obras, y os habéis revestido de la nueva condición que, mediante el conocimiento, se va renovando a imagen de su Creador, 11donde no hay griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, escita, esclavo y libre, sino Cristo, que lo es todo, y en todos. Así pues, como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta. Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo. Sed también agradecidos. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.”
D. Ramón Navarro
Director del secretariado de la Comisión Episcopal para la Liturgia
Conferencia Episcopal Española