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Viernes de la XII Semana del Tiempo Ordinario

  • Categoría de la entrada:Lecturas de la Misa
  • Tiempo de lectura:4 minutos de lectura

Tiempo Ordinario ~ Ciclo A ~ Año Impar

Primera lectura

Gn 17,1.9-10.15-22: Circuncidad a todos vuestros varones en señal de mi pacto. Sara te va a dar un hijo.

Cuando Abrán tenía noventa y nueve años, se le apareció el Señor y le dijo: –Yo soy el Dios Saday. Camina en mi presencia, con lealtad. El Señor añadió a Abrahán: –Tú guarda mi pacto, que hago contigo y tus descendientes por generaciones. Este es el pacto que hago con vosotros y con tus descendientes y que habéis de guardar: circuncidad a todos vuestros varones.

El Señor dijo a Abrahán: –Saray, tu mujer, ya no se llamará Saray, sino que se llamará Sara. La bendeciré y te dará un hijo y lo bendeciré; de ella nacerán pueblos y reyes de naciones. Abrahán cayó rostro en tierra y se dijo sonriendo: –¿Un centenario va a tener un hijo, y Sara va a dar a luz a los noventa?

Y Abrahán dijo a Dios: –Me contento con que conserves sano a Ismael en tu presencia. Dios replicó: –No, es Sara quien te va a dar un hijo; lo llamarás Isaac; con él estableceré mi pacto y con sus descendientes, un pacto perpetuo.

En cuanto a Ismael, escucho tu petición: lo bendeciré, lo haré fecundo, lo haré crecer en extremo, engendrará doce príncipes y se hará un pueblo numeroso. Pero mi pacto lo establezco con Isaac, el hijo que te dará Sara, el año que viene por estas fechas. Cuando el Señor terminó de hablar con Abrahán, se retiró.

Salmo responsorial

Sal 127,1-2.3.4-5: Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.

Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R.

Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R.

Esta es la bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sion,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R.

Evangelio

Mt 8,1-4: Si quieres, puedes limpiarme.

En aquel tiempo, al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: -Señor, si quieres, puedes limpiarme.

Extendió la mano y lo tocó diciendo: -¡Quiero, queda limpio! Y enseguida quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: -No se lo digas a nadie, pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés.